Este concepto nació en el año 2002 de la mano del profesor de la UNESCO, Arjen Hoekstra, y mide el agua necesaria durante la producción de un tomate o un grano de arroz, por ejemplo. Un hecho del que no siempre se tiene conciencia a la hora de consumirlos.
Según FAO, dependiendo de la dieta que se tenga, los alimentos que consume a diario una persona equivalen al uso de entre 2.000 y 5.000 litros de agua para su producción. Además, ha calculado que el 70% de la huella hídrica a nivel mundial está relacionada con lo que se come, y avisa: “Si no cambiamos nuestros hábitos ahora, la demanda mundial de agua podría aumentar un 50% para 2030”.
Para calcular la huella hídrica hay que medir el volumen (litros o metros cúbicos) de agua utilizada en la producción de cualquier bien y servicio. Esto incluye no solo el agua incorporada al producto, sino toda la que de alguna forma interviene en el proceso: la que se ha podido contaminar, la devuelta a otra cuenca o al mar e, incluso, la evaporada.
Por tanto, la huella hídrica es el resultado de tres indicadores, divididos en colores, en función de la procedencia del agua:
- Huella hídrica verde: Procede directamente del agua de lluvia o nieve y que se almacena en el suelo en capas superficiales al alcance de las plantas.
- Huella hídrica azul: Agua que procede de fuentes naturales o artificiales mediante infraestructuras o instalaciones operadas por el hombre.
- Huella hídrica gris: Relacionada con la calidad del agua y su posible contaminación debido a los vertidos en un determinado proceso. Es necesaria para que el medio receptor asimile los contaminantes vertidos.
Es posible realizar una medición de tu huella hídrica, contáctanos y juntos cambiemos el mundo una gota a la vez.